EL COCODRILO ES UN BICHO EXTRAÑO

Pico
Una de mis mejores amigas que tuve en la adolescencia fue mi prima Pico. Por eso, cuando supe que cayó gravemente enferma, fui a verla a Puebla. La encontré en el cuarto que le rentaba a una señorita vieja. Esta mujer nunca se casó; pero tenía una peculiar mascota en la sala de su casa: un cocodrilo; el animal tenía el hocico abierto y no se movía. Me acordé de la boca de El Guasón, el contrincante de Batman. La señorita dijo: “No creas que está disecado. Esa posición que tiene hoy, la cambiará dentro de cinco días. Entonces, lo verás con el hocico cerrado y así estará otro tiempo largo. El cocodrilo es un bicho extraño.” Pero no quería hablar de la mascota, sino de mi prima. Pico dijo que ya se encontraba mejor; sobre su cómoda, vi un bonche de medicinas que le recetó el psiquiatra. “Pero, ¿qué es lo que te pasó, prima?” Dijo: “Pues… un día que salí con Lino Ávila, él me preguntó: Oye, ¿y cómo sería el mundo si toda la gente caminara tres pasos para delante; y dos para atrás? Eso me dio una risa tan larga que me privó. Cuando desperté, me encontraba en el hospital.” Mi prima Pico, con el tiempo superó esa crisis. Del mismo mal padece Minnie Cooper, personaje de Septiembre ardiente, un cuento de William Faulkner. La señorita Minnie, de 39 años de edad, va nerviosa mientras se dirige al cine. La acompañan sus amigas. Los habitantes de Jefferson la miran y comentan: “Es a ella a la que violaron”. Y ella más nerviosa se siente; tiembla todo su cuerpo. Encuentra cierta tranquilidad cuando se halla en la penumbra de la sala cinematográfica. De pronto, al iniciar la película, le da una risa imparable. El público la regresa a ver. Sus amigas la sacan del cine. Toman un taxi; se la llevan a su casa, la abanican; le ponen hielo en las sienes, y sólo así consiguen controlarla. Pero enseguida suelta un quejido que se vuelve risa.
Estos ataques no son exclusividad de las mujeres. “El sexo horroroso”, como dice Borola Burrón, también es débil.

Cacha
Una vez que don Cacha Flitz, su familia y yo comíamos camarones a la orilla del río Omitlán, la esposa de don Cacha, dijo: “¡Nicandro (éste es el nombre verdadero de don Cacha)! ¡No te rías porque luego te pones mal!” Yo pregunté que cómo estaba eso de que la risa lo pone mal, pues todos sabemos que reír hace mucho bien; alivia muchos males, como dice Patch Adams. Entonces, don Cacha, me refirió la siguiente historia: En una ocasión que estaba recargado en el marco de la puerta de su casa, vio a una mujer que esperaba el camión. La mujer era prieta, gorda y preciosa. Frente a ella, al otro lado de la carretera, venía un gato que caminaba con la confianza que a veces los mata. De pronto, se aproximo un auto, el gato se erizó, pegó la carrera y cuando estuvo frente a la prieta, el micho saltó sobre ella y continuó su carrera. La mujer exclamó: “¡Ora, cabrón!” Esta imagen y esta expresión bastaron para que a don Cacha le diera una risa… pero risa en serio. Entró a su casa. Su esposa le dijo: “Y ora tú, ¿qué tienes?” Y él, trató de explicar: “La señora, ja,ja,ja, el gato, ja,ja,ja, estaba ja,ja,ja.” No hubo modo de cortarle la risa. Cuando el médico llegó, don Cacha aún seguía riendo. Antón Chéjov, también nos habla de una alferecía. El relato se llama Un duelo. Iván Layevski tiene 28 años; es enjuto, y constantemente se muerde las uñas; vive con su amante, Nadia, en el Cáucaso. Después de dos años de amasiato, se aburren. Él deja de amarla; ella también es infeliz. Cada uno por su lado, fraguan la idea de huír. Pero no consiguen dinero. En una fiesta, en casa de unos amigos, a Iván le prestarían doscientos rublos; dinero suficiente para salir del Cáucaso y dirigirse a San Petersburgo. Pero el prestamista, le dice: “Te entregaré el dinero, siempre y cuando vayas acompañado de Nadia.” Eso altera a Layevski. Al punto, tosió y soltó la carcajada. Quiso reprimirla; pero fue contraproducente: la risa se volvió aullido. Los invitados lo miran sorprendido. Sus amigos lo conducen a la recámara; lo acuestan en la cama y, entonces, llora amargamente.
Patch
Confieso que yo quería escribir sobre los malestares que alivia la risa. Incluso, tenía el título: El remedio de muchos males. Pero cuando me puse frente a la máquina, me asaltaron imágenes de risas histéricas que arriba ya conté. Tienen mucha fuerza dramática; las visualizo en el teatro o en el cine. En cambio, el tema de El remedio de muchos males, me da un tufillo a La risa, un remedio infalible, del Selecciones; o a la película Patch Adams (Tom Shadyac, 1998) que acabo de ver en la tele, basada en la vida de Patch Adams, fundador de la clínica Gesundheit, que trata a los pacientes con humor y humanidad. La película empieza cuando a Patch lo ingresan a un psiquiátrico por intento de suicidio. Allí, Patch, descubre dos cosas: a) los pacientes sufren mal trato por parte de la institución médica y b) la risa tiene la facultad de sanar. Patch resuelve estudiar medicina. Es en la Universidad donde se percata que la Medicina es otra cara de la reclusión, donde el paciente es un número y se le trata como si fueran perros. Patch se rebela contra sus maestros, arriesgando su titulación, y funda un centro de salud alternativo donde tratará a los pacientes con paciencia, humanidad y mucho, mucho humor. Es verdad lo que sostiene Patch: la risa beneficia el sistema inmunitario porque incrementa el número de endorfinas, relaja las arterias y beneficia la circulación de la sangre, etecé, etecé. Pero el público, ante la película, jamás se ríe; bueno, al menos yo, jamás me reí. Mis endorfinas no se incrementaron, pero sí mi disgusto. Mientras veía la película, pensaba: ¿de veras habrá alguien que se ría de los gags de esa película? Es más, ¿el guionista sabe lo que es un gag? De lo chistoretes y las muecas de Robin Williams, ¿habrá alguien que los encuentre simpáticos? ¿A quién diablos se le ocurre que el culo desnudo de Williams es gracioso, por el amor de Dios? Nada como los cómicos de antes. Si desea fortalecer su sistema inmunitario hay que ver a los clásicos: Buster Keaton, Tin Tan, Charles Champlin, sólo por mencionar a tres. Porque reír es bueno, sí. Pero si prolonga la risa más allá de una hora, cual cocodrilo hibernando, consulte a su médico.